
Mi extensa experiencia en “el arte epistolar” y la huella que dejó y sigue dejando en mí esa forma de escribir está dificultando la meta establecida al crear este blog: alejarme un poco de mi interior.
Se me plantea el dilema de si seré capaz algún día de alejarme de mi, si realmente es lo que quiero.
Parece algo complicado ahora que me encuentro de frente con la cuestión.
Afortunadamente hablar conmigo misma tiene estas cosas, que me entiendo, que me respeto, que me doy margen. (mientras escribo estas últimas palabras se me van planteando algunas cuestiones, temas de los que hablaré algún día).
Las cartas han sido un elemento esencial en mi vida desde mi adolescencia, miro atrás y me veo en la cama de abajo de las literas que habían en la habitación que tan felizmente compartíamos mi hermana y yo. Me pasaba horas allí, escribiendo a mis amigas, generalmente. El público masculino ocupó momentos concretos y acotados, se limitó a los amigos que hicieron el servicio militar. Qué raro, ahora que lo pienso...
Escribir sabiendo la ilusión que iba a hacerle a alguien leerme era la mejor motivación para no parar de escribir.
Las cartas siempre son bienvenidas, a mi me hacen ilusión hasta las multas! De verdad! Al menos, esos primeros segundos de ver en el buzón un sobre con mi nombre, después ya no.
Hoy en día han cambiado las cosas y tenemos que adaptarnos a las nuevas tecnologías, por supuesto.
Yo me atrevo a escribir alguna carta a mano, de vez en cuando. Con la casi certeza de no ser contestada, y que quede claro que no es un reproche. Soy consciente de mi necesidad de escribir y de lo atareada que anda la gente con sus propias prioridades, cada uno con lo suyo. Tuve que aprender, ya hace años, a escribir sin esperar respuesta y no por la pereza del receptor, sinó por mi exagerada necesidad de escribir. Qué bueno es aprender.
Los mails hacen ilusión también, pero no podemos ni debemos compararlos a las cartas.
Recuerdo con nostálgica ternura todo el proceso. Empezar la carta, leerla, releerla, dejarla reposar, vivir más experiencias en ese tiempo de reposo, explicarlas alargando la carta sin encontrar el momento de parar para mandarla…la paciencia se ha vuelto tan breve…!
Las cartas me ayudaban a ser consciente de lo que vivía, a calmar esa rabia e inseguridad que se tienen de adolescente, a compartir con alguien mis miedos. Les debo mucho a las cartas y a todas esas personas que me leían.
Lo dejaré aquí.
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