martes, 19 de junio de 2012

inacabado.



No me gusta dejar las cosas inacabadas. Es algo superior a mis fuerzas, siento ansiedad cuando algo que he empezado queda inacabado.

Concretamente me pasa con los libros. Sé perfectamente los libros que tengo a medias.

Empecé “Las afinidades electivas” de Goethe hace unos 15 años y no sé muy bien porqué nunca lo acabé, pero sé dónde lo dejé y sé que quiero acabarlo. Es un libro fascinante. Goethe es fascinante en general. Tal vez este no sea su libro más famoso, pero es impresionante. Lo aconsejo fervientemente, siempre me pareció un autor avanzado a su tiempo, con una mente ámpliamente abierta y tolerante, inquieta.

Hay otros dos libros fascinantes que también dejé a medias, uno es “En busca del tiempo perdido” la primera parte, “Por el camino de Swan”. De este no creo que me queden más de 20 páginas para acabarlo. Su recuerdo va muy unido a mi primera pareja seria, tal vez por eso lo dejo ahí, en reposo, en honor a la melancolía y los buenos tiempos de juventud. Es de esos libros que empiezas a leer y cuesta un poco, Proust se regocija en las descripciones de los paisajes de manera exagerada, algo que, como decía, cuesta un poco al principio, pero a medida que vas leyendo te enamora su técnica, su belleza de expresión.

El tercero de los inacabados es “Moby Dick”. Qué maravilla de historia! Empecé a leerlo un poco por obligación autoimpuesta, aquello que te planteas leer a los clásicos para poder entender la literatura actual. Me fascinó que una historia tan sencilla se convirtiera en mi compañera de viaje, me sorprendió el cariño enorme que le cogí a su protagonista principal, Ishmael, tal vez me identifiqué con él por varias razones, saqué coraje de sus historias. Lo empecé al poco de llegar a Bélgica. Lo dejé inacabado. Nunca le dediqué toda mi atención a este libro. No acostumbro a leer un sólo libro, siempre leo varios paralelamente. No sé porqué este se convirtió en mi libro de cama. De joven era obvio leer en la cama, en casa, con toda la familia, mi cama era el único lugar tranquilo, mío, donde conseguía un poco de intimidad y silencio. Al salir de casa de mis padres e ir a vivir con la que en aquel entonces sería mi mujer, Ann, me encontré con una casa enorme con espacio suficiente para no tener que leer en la cama. Sin embargo, Moby Dick se quedó con lo que yo consideraba un lugar privilegiado, ese espacio en la mesita de noche, leerlo en la cama. A veces leía sólo un par de páginas antes de cerrar los ojos o a veces, ni leía, simplemente lo miraba y le daba las buenas noches. Esa historia de Ishmael, esa aventura a la que se lanza me daba fuerzas y no quería que se acabara.
Ahora sigue siendo mi libro de cama. Sigue a mi lado, inacabado, pero no olvidado.

Estos son los 3 libros inacabados un poco por propia voluntad, por no querer acabarlos para hacer durar su belleza el máximo de tiempo, para tenerlos presentes en mi.

Después tengo otros, aquellos libros que empiezas y ya sabes que no te van a gustar, pero insistes, insistes porque algo inacabado es algo bello, algo vivo y si no me gusta ese libro, quiero acabarlo, no hay espacio para la belleza. No consigo empezar un libro y dejarlo a medias, por malo que sea o precisamente, contra más malo me parece, más empeño pongo en acabarlo.
Es una terapia que estoy practicando, no acabarlos sin ponerlos en la categoría de libros inacabados por su belleza ó leerlos en diagonal. No lo consigo, consigo más lo de leer en diagonal. Puedo llegar a enfadarme mucho con el/la escritor/a, pero lo acabo. Aunque a veces me sienta tentada por lo que Borges dice: para qué empeñarse en acabar un libro que no te gusta, con la cantidad de libros buenos que hay, no perdamos el tiempo. Sé que tiene razón.

Las cosas bellas merecen acabados bellos, todo lo bello precisa de un cuidado especial aunque sólo sea para acabarlo, o precisamente, para acabarlo con el mayor de los respetos.

contando...