martes, 16 de abril de 2013

Tristes Anónimos.

Nos embriagamos con el alcohol y nos embriagamos con la tristeza.

La tristeza está ahí, presente, podemos darle atención [tomárnosla] o no. Ahí está, a nuestro alcance.

A algunos nos gusta, nos aporta algún tipo de beneficio, aunque sea inútil, un beneficio inútil o tal vez ficticio... sin valor real... como el beneficio que nos aporta el alcohol al embriagarnos, una satisfacción efímera.

Una vez has empezado parece hasta divertido, y te aislas, y quieres seguir pensando más y más, sin darte cuenta, no puedes parar de buscar motivos para estar triste, no puedes salir del bucle. Te vas a dormir pensando que te despertarás mejor, que dormir es como una medicina... y no, te despiertas mal, con dolor de cabeza, con resaca. Y así como lo mejor para la resaca alcohólica es una cerveza de buena mañana, alli vas, a tu nevera de tristeza y te tomas unos cuantos pensamientos tristes. El alivio momentáneo es palpable y sigues así, triste, tranquilamente triste.

Hasta que la dependencia se hace obvia y te das cuenta de que eres adicta y te planteas dejarla, por triste que ahora te parezca, o tal vez porque te parece triste. 

Lo consigues, consigues dejar tu mente en blanco, hacer el esfuerzo de bloquear ciertos pensamientos de tu mente. Y vives un tiempo así, sin pensar, despistada, pero contenta.
A los pocos días tu objetivo se ha hecho realidad, ya no estás triste... pero te sientes medio vacía y parece que has perdido el control de tu estado de ánimo, todas tus energías se centran en dejar de estar triste. Nada más.

Hasta que llega el despertar de tu consciencia. Asumes que la tristeza y la manera como la vives forman parte de tu ser, de tu naturaleza, simplemente tienes que aprender a controlarla y dominarla, no dejar que sea ella la que te domina. Necesitas pensar, sentir nostalgia, echar de menos, echar de más, querer más, querer menos, inconformarte, reclamar.

Sabido todo esto, intento controlarme pero me permito el lujo de tomarme unos vermuts alguna mañana que otra.






domingo, 7 de abril de 2013

hesse.



Hace días que de repente sentí la necesidad de leer a Hesse, he leído bastante de él y quería algo nuevo, así que busqué su bibliografía para ver cuál me faltaba: El Juego de lo abalorios.

Lo cogí con ganas, por ser de Hesse. Empecé y me pareció un libro extraño, que iba a costarme leer y, efectivamente, así fue. Es un libro complejo, es una especie de biografía de un sabio o de alguien que dedicó su vida a la cultura a su más alto nivel, en una especie de orden, con su jerarquía y esas cosas.

No voy a contar el libro, mejor leerlo. Si te gustó Narciso y Goldmundo este te gustará también. Es un libro lento, sin mucha acción, así que paciencia. Pero vale la pena.

No lo he acabado, así que hasta me parece osado ponerme a escribir sobre el libro sin haberlo acabado, pero me apetecía porque estoy en la parte que me ha gustado más. 

A mi los fanatismos me sacan de quicio, en general, por un dios, por la iglesia, por un equipo de fútbol, por una idea... todo lo que excluye otras cosas, ideas, me enfada y me deja triste. Y la gente que alimenta ese tipo de fanatismos me deja más triste todavía.

Este genio del libro se da cuenta de lo absurdo que es aprender y no compartirlo, de lo hipócrita que es vivir escondido en sus libros. Se da cuenta de que si hay alguien a quien ayudar es precisamente a los que no pertenecen a la orden, definitivamente, y tal y como lo dice él, educar a los desformados. Vivir esa realidad de la que tanto se habla en estos grupos que se creen superiores y que tan poco conocen.

Os dejo un trocito [minúsculo]:

- Lo que busco, no es tanto la satisfacción de una curiosidad o de un ansia por la vida mundana, sino la incondicionalidad. No deseo salir al exterior con un reaseguro para caso de engaño en el bolsillo, cual viajero cauteloso que echa un vistazo al mundo. Ansío, por el contrario, el riesgo, la dificultad y el peligro, tengo hambre de realidad, de tareas y actividades, también de privaciones y sufrimientos.


viernes, 1 de febrero de 2013

partida.


et llegeixo, , i no em puc quedar callada. Em venen un munt d’idees al cap. Per això et responc amb una entrada aqui.

La meva perspectiva respecte al món de la parella ha canviat ara que he trobat [no buscat] a una persona que principalment em deixa tranquil-la, i les peces encaixen perfectament [en la nostra imperfecció], sense esforços, com tu dius. Tot i que les peces les girem, les movem, fallem, encertem... però unides, sincronitzades.

Cal jugar, cal deixar caure les peces i cal girar-les, moure-les. No sé si existeix la peça que et farà parar de jugar, guanyar. Crec que no. Les peces venen i van. Amb el temps veus aquella peça d’aquell dia que vas encertar i després la mateixa peça feia nosa per continuar la partida, i la vas descartar encaixant altres peces i fent línes per fer desaparéixer aquella. Ho mires ara amb perspectiva i te n’adones que no era la millor peça per col-locar allà a on la vas col-locar, que si ara tornés a caure, la col-locaries en un altre lloc.
Altres vegades seràs tu la peça que fa nosa i t’eliminaran, sense compassió.

Formem part de vàries partides, vàries peces formen part de la nostra partida. No pots jugar amb només una peça, ni pots jugar amb peces sempre de la mateixa forma.

L’amor no el trobaràs en només una persona, en només una peça. L’amor és ampli. L’amor és una partida que necessita de vàries peces, peces que encaixin, peces que no encaixin, peces que no encaixaran mai, peces que no havies pensat mai que encaixarien, encaixen. Peces que es repetiran, que tornaran a la partida, que voldràs que tornin, altres que tornaran encara que no les vulguis and so on.

I com molt bé saps, totes les partides acaben sempre bé.

viernes, 11 de enero de 2013

invisibilidad.

Hace días, por no decir años, que me observo. Me observo y no me veo, no me veo en el mundo. Literalmente.

Salí de mi entorno más cómodo hace unos cuantos años y creo que desde entonces [o tal vez siempre fue así] me volví invisible a los otros.

O mi cuerpo y yo nos separamos.

No lo sé.

Nos encontramos de vez en cuando y ni tan solo sabría decir si soy yo quien entra en mi cuerpo o es mi cuerpo donde yo entro, porque incluso cuando tengo conciencia de ser un todo tengo esa extraña sensación de invisibilidad. Son raros los momentos en qué mi cuerpo y mente están en sintonía, en que tomo plena conciencia de mi ser, de mi, de yo. Y me comparto con el mundo conscientemente.

Hay personas que me facilitan esa sensación de conciencia, que me hacen sentir como en casa, que no me dejan espacio para observarme, que no me dejan pensar demasiado y me siento como se dice: con los pies en el suelo, completa.

Viajo, me muevo, a pie, en autobús, en metro, en español, en catalán, en flamenco, en inglés, en francés... y mi invisibilidad se hace más palpable [valga la paradoja] cuando me muevo en entornos desconocidos, en lenguas que no son mis lenguas.

Hasta que caminando en mi invisibilidad alguien tropieza conmigo!! El desconcierto es importante. Y mis dudas empiezan.. aparecí de nuevo sin darme cuenta? será que no soy invisible al mundo simplemente a mi? soy yo que no veo al mundo?

No lo sé, simplemente no lo veo.

contando...